Sexualidad y Biodescodificación

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Existen 3 Instintos biológicos básicos: Comer, Dormir y la Atracción Sexual.

Es inútil negarlos. No hay santidad en reprimirlos sino en utilizarlos sin que afecte a nuestra capacidad afectiva.

A pesar de la identificación del cristianismo y otras religiones con la represión de la libre sexualidad, lo cierto es que en ningún pasaje de los evangelios Jesús la condena. Únicamente, y a modo de recomendación, nos dice que “hay eunucos que se hacen a sí mismos por amor al reino de los cielos”. Se entiende, pues, que es una opción libre que uno puede tomar cuando su momento evolutivo se lo pida.

Amor y Sexualidad

Solo el sentimiento de Amor es sagrado. La sexualidad es biológicamente natural y, por lo tanto, toda actividad sexual hecha de mutuo acuerdo y sin perjudicar a nadie es objetivamente lícita. De hecho, la sexualidad nos atrae por ser placentera, divertida y afectiva, además de servir como forma de comunicación y relación entre los seres humanos.

Una conducta o relación sexual determinada puede dejarnos mejor o peor sabor, pero no es inadecuada mientras se haya elegido libremente y no afecte a nuestra capacidad para expresar amor.

El hecho de que haya personas con mayor libido sexual que otras, no quiere decir que unas sean más virtuosas que otras. Es una cuestión biológico-astrológica.

Afectivamente, todos tenemos necesidad de sentirnos acariciados pero, en la medida en que reprimimos esa necesidad a causa de la mutua desconfianza y las normas sociales, vamos generando bloqueos emocionales que nos causan insatisfacción y un malestar que acaba somatizándose tanto en enfermedades físicas como mentales.

Los bebés, en la especie humana, son más frágiles que en el resto de las especies animales y necesitan durante mucho más tiempo del cuidado de sus padres para desarrollarse. Mientras el ser humano era nómada, los especiales cuidados que necesitan los niños eran proporcionados, además de por la madre, por el clan en conjunto. Cuando el ser humano se vuelve sedentario, comienza a poseer tierras y bienes materiales que potencian la noción de propiedad privada. Eso afecta a la relación entre hombres y mujeres cambiándola radicalmente ya que, desde el prisma de la propiedad privada, ahora la madre ya no tiene el apoyo del clan para que cuide a su hijo y necesita a una figura paterna a su lado; igualmente, el hombre necesita a una mujer que cuide a sus hijos y a su territorio. De esta manera, el poder político-religioso acaba estructurando un contrato social entre hombres y mujeres mutuamente beneficioso; contrato que tiene mucho de práctico y poco de romántico. Desde ese momento, el hombre “se hace cargo” de su mujer siempre y cuando ésta no le haga dudar de la paternidad de su prole.

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Los condicionantes biológicos

A causa, entre otros motivos, de que el hombre tiene como promedio tres veces más testosterona que la mujer, éste se excita más rápidamente pero, igualmente, su orgasmo es más corto y agotador. Desde un punto de vista estrictamente biológico, la mujer puede ser promiscua ya que, para alcanzar su plena satisfacción sexual, requiere de una relación sexual más prolongada o, en su defecto, su biología está preparada para tener varias relaciones sucesivas (a diferencia del hombre). Por ello, como el hombre siempre ha tenido miedo de la gran capacidad sexual de la mujer, históricamente ha preferido castrarla mentalmente (cuando no físicamente también) mediante una educación cultural manipulada. Represión ideológica que, finalmente, ha acabado afectando a los dos sexos, en mayor o menor medida.

Desde que existe la humanidad, el Temor supera al Amor. El poder político-religioso dicta normas de comportamiento para mantener a la sociedad estructurada, incluyendo qué conductas sexuales son apropiadas y cuales no, y cuándo lo son. Lamentablemente, no se utilizaron solo los criterios objetivos del orden y la justicia social para establecerlas sino que se hicieron también argumentaciones morales de orden subjetivo. De ese modo, lo que debería haber sido una regulación de la conducta sexual a nivel público, llegó a ser una intromisión también en la vida sexual en el ámbito privado e íntimo.

Hasta tal punto llegó la manipulación ideológica que, esa educación moral impuesta y subjetiva,  llegó  a  grabarse  a fuego en el inconsciente colectivo del ser humano; creándole un conflicto malsano entre su naturaleza biológica y su educación cultural.

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No hay nada malo en el intento de establecer leyes para que exista un orden  social. No hay nada malo en el éxito ni en el dinero, pero tampoco tienen nada de espiritual.

La idea de que ser una mujer liberal es sinónimo de ser viciosa o prostituta representa el triunfo de una educación castrante, surgida para controlar el poder desestabilizador social de la sexualidad femenina desinhibida. Como consecuencia de estos prejuicios, de una sexualidad inocente (de agua) se pasa a una sexualidad vivida con una culpabilidad (de fuego) que pide castigo, o con desesperación existencial que lleva a una superficialidad insatisfactoria.

Educación y creencias

“El Placer nos da miedo” pues, según la tradición judeo-cristiana, la sexualidad es mala. Esa creencia culpabilizadora (“la carne cruda es mala”) nos impide liberarnos y ser íntegramente como somos.

Por lo tanto, para no bajar a la sexualidad, bloqueamos «dolorosamente» la energía antes de que llegue allí.

Por intentar controlar y evitar el desorden social mediante la educastración y la represión, se origina el efecto secundario de la culpabilidad y la agresividad (del agua al fuego).

Así pues, tenemos guerras en vez de sexualidad. “El remedio es peor que la enfermedad”.

En la sexualidad natural hay dos fases, la de excitación –equivalente a la fase de estrés- y el orgasmo –necesario para impedir que la fase de estrés se prolongue indefinidamente, lo que resultaría perjudicial para nuestro sistema nervioso y la salud en general.

Cuando, por las razones que sea, teniendo deseo sexual hemos de reprimir nuestra sexualidad natural, actuamos en contra de nuestra programación biológica y la fase de excitación-estrés continúa activa. Si esa situación se prolonga en el tiempo, ese perjudicial estrés se cronifica.

Una normalización de la libertad sexual, encauzando únicamente sus manifestaciones públicas, evitaría las obsesiones y los excesos que su represión crea.

Previamente, sería necesaria una educación en valores  éticos (ternura,  comprensión, hermandad, etc.) que superara a aquellos valores morales subjetivos que nos han aprisionado con perjudiciales prejuicios e innecesarios sentimientos de culpabilidad.

Los tradicionales celos (especialmente los enfermizos celos infundados) indican afán de posesión, inseguridad respecto a nuestra valía personal y sexual y miedo a que puedan dañar nuestra imagen exterior: el «qué dirán». En su lugar, sería mentalmente más sano que las parejas supieran lograr una complicidad sexual desde la sinceridad mutua más que desde los convencionalismos.

“Ama y haz lo que quieras, porque todo lo que hagas lo harás con amor”. San Agustín

Joaquín Ferrer

                          (Aquí puedes leer y descargar un poema relacionado con el tema: _LA LUJURIA_)

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